martes, octubre 09, 2007

CUBA: política exterior AGOTADA Y sin caudillo

Por Juan F. Benemelis
Think-Tank


La combinación de un mundo cambiante y vacío de objetivos, unido a la audacia caudillista de Fidel Castro, al frente de una nación donde ha perdurado la psicología del conquistador ibérico, parió el fenómeno de la espada purificadora de la revolución cubana. Pero Cuba fue un escenario pequeño para las ambiciones de Castro, el cual desde el principio proyectó su presencia hacia el continente suramericano y África. El vacío de poder que se provoca en África y Asia con la descomposición del sistema colonial, junto a la evaporación de los estados europeos como potencias de primer orden, presentó una coyuntura excepcional para la irrupción de la violencia castrista.

Es interminable el número de estados latinoamericanos, africanos y árabes que en las últimas cuatro décadas fueron blancos de las maquinaciones de Castro. Cuba ha tenido participación militar en todas las agrupaciones políticas africanas de liberación y en todas las revoluciones latinoamericanas que han existido desde 1960, a las que también ha suministrado ayuda financiera y material; lo mismo puede decirse de las organizaciones terroristas internacionales. Castro se inmiscuyó en la lucha anticolonial, subvirtió gobiernos legalmente establecidos, participó en guerras civiles en otros países, promovió la piratería aérea y el tráfico de drogas. Asimismo llevó al mundo al borde del holocausto nuclear durante la Crisis de los Cohetes, y sus ejércitos han servido a intereses estratégicos de otras naciones.
Considerando los recursos materiales y humanos de Cuba, la magnitud y el dinamismo de la política exterior castrista resultó suicida para su economía. A pesar de la decrepitud material a que sometió la nación este Estado burocrático trató de exportarse como un experimento viable para el Tercer Mundo. La Cuba de Castro fue un pequeño país con la política exterior de una potencia; ningún otro país del tamaño de Cuba y pocos con más recursos, ha podido igualar la proyección mundial de la política exterior cubana (Conteh, A. 1987). Ni la revolución China, el tercermundismo hindú, el “peronismo”, el “nasserismo”, el modelo tanzano, el “sandinismo”, o el “chavismo”, lograrían las alturas mitológicas y la proyección de los guerrilleros cubanos en el poder. Pero esta visión, con profundas raíces en la historia de la Isla, era imposible de lograr sin el sostén económico y logístico de la Unión Soviética.

La incapacidad de las "primaveras" anti-estalinistas de la Europa comunista y del maoísmo, para aprovechar la quiebra generacional en el "decadente" Occidente, hallaron en el modelo castrista sus fuentes originales. De Cuba se exportaron todas las quimeras que Castro prohibía en su país: los conceptos de la nueva ética, del hombre nuevo, el nuevo marxismo, el voluntarismo histórico, el quebrantamiento de los viejos moldes de conducta y de moral social, la rebeldía juvenil; el desaliño, los collares, las barbas y los pelos largos en los hombres; el retorno a la vida natural, el rechazo al consumismo, la canción protesta, el intelectual comprometido, la figura del Che.

En los primeros años el castrismo se debatió en su disenso con Estados Unidos, las marchas y contramarchas con la Unión Soviética, y la subversión en la América Latina (La Dirección de África del MINREX; el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos –ICAP-, y la Dirección General de Inteligencia –DGI-). En el ámbito del continente americano, el castrismo inauguró la era del cuestionamiento a la Doctrina Monroe, transformándose en la obsesión de la primera potencia militar y económica del orbe. El foco guerrillero no era un romanticismo castrista sino una necesidad primaria que le posibilitaba sobrevivir al choque con Washington y a las presiones de la metrópolis soviética. Castro escapó a la confrontación inicial con Estados Unidos porque éste no calibró las posibilidades de expansión y triunfo del mismo en una arena global.

Mientras la Casa Blanca aplicaba los viejos esquemas de presión política y militar, para una república "bananera" de los años 1950, La Habana escalaba a una dimensión superior de potencia política, militar y de inteligencia, de alianzas con doctrinas y grandes potencias impensables para una Isla del corte de Cuba. El análisis del quehacer diplomático, subversivo, militar y político de Castro en la arena internacional, y las consecuentes reacciones de los Estados Unidos, durante más de cuatro décadas, muestran a éste último en un papel de desconcierto defensivo, de ineptitudes políticas tácticas en supuestas áreas de escaso valor estratégico. Aunque los acuerdos Kennedy-Jruschov consumaron la existencia de su régimen, Castro nunca devolvió el cumplido. Lo atestiguó su apoyo a los terroristas puertorriqueños.

Las paradojas del destino llevaron nuevamente a Cuba, a unir su suerte con el otro primer actor de la Guerra Fría: la Unión Soviética (el viejo sueño de Catalina La Grande, que había pujado por comprar la Isla). Su alianza con el bloque soviético no fue extraña. La burocracia moscovita convence a Nikita Jruschov de que Castro era un instrumento valioso para la intimidación. Pese a la inferioridad técnica y económica de la URSS con el occidente industrializado Cuba entró a formar parte del bloque soviético en momentos que éste se consolidaba como potencia nuclear, irrumpía fuera de Europa, y laboraba por el enterramiento del "imperialismo norteamericano". Fueron también los momentos del cisma chino-soviético, y de las independencias afroasiáticas.

El apoyo que Castro logró del antiguo bloque soviético respondió a que Occidente –sumido en la crisis de credibilidad Vietnam-Watergate- no concedía valor estratégico a Cuba, o a las áreas donde ésta desplegaba sus actividades. La maquinaria de seguridad y defensa euro-americana consideraba mecánicamente que la inferioridad técnica y económica de América Latina implicaba de hecho un bajo nivel cultural y político.

Por otra parte, los bonzos soviéticos nunca consideraron que en el mundo colonial se produjese una revolución socialista, y por tal razón, no le fue difícil a Castro llenar este vacío. Así se abrogó el "derecho" de cuándo, dónde y cómo se haría la revolución. Castro y el "Che" Guevara, se mostraron partidarios de la revolución por la conquista, esperando que la lucha guerrillera y el “modelo cubano” se esparcieran por el Tercer Mundo. Como portavoz y encarnación del comunismo internacional, Cuba generalizó las tesis de que en los polos industrializados el proletariado había sucumbido al consumismo y que el campo de acción resultaban las zonas periféricas del globo, donde había que inducir a la clase operaria del subdesarrollo al cambio social.

Lo incongruente consiste en que pese al rechazo castrista a la coexistencia pacifica, a la detente, al diálogo, no les resultó difícil a los políticos de La Habana transformarse en los aliados más necesario del centro imperial moscovita, el cual encontró en los cubanos a verdaderos especialistas del espionaje, de la subversión, legionarios de sus guerras africanas y base para su flota de submarinos y de superfortalezas volantes. Fue así que la política exterior de Castro se proyectó a escala global.

A lo largo de la década sesenta se organizó la relación entre los servicios de inteligencia y el ejército de Cuba con la Unión Soviética. Ya en 1959 se concretaron acuerdos secretos en Méjico, entre Ramiro Valdés Menéndez jefe de los servicios secretos cubanos con miembros de la KGB (Franqui, C. 1981, 132, 272-276). En febrero de 1960 arribó a La Habana el vicepremier soviético Anastas Mikoyán, acelerando esta intromisión. En 1961 agentes de la KGB reorganizaban la Dirección General de Inteligencia comandada por Manuel Piñeiro Losada para acometer en el exterior operaciones ilegales. La contrain­teligencia (G‑2) se reorganizó con ex‑guerrilleros y con miembros del antiguo partido comunista, como Isidoro Malmierca, con fuertes vínculos con la KGB de Shelepin.

Pese a que los soviéticos contribuyeron al perfeccionamiento del espionaje, y al equipami­ento militar, Castro mantuvo libertad de movimientos en su política exterior. Carlos Franqui, un ex compañero de Castro aclara que la estrategia era comprometer a la Unión Soviética, utilizando a los viejos comunistas cubanos, para crear un servicio de seguridad y espionaje asesorado por Moscú (Franqui, C. 1981, 150).

En un breve lapso los cubanos fundaron uno de los más extensos aparatos de espionaje del planeta, no sólo por su extenso personal y el volumen de sus operaciones, sino por los objetivos y la efectividad. Los cuerpos secretos cubanos (la DGI, el Departamento América y la Dirección de Inteligencia Militar) lograrían dominar con rapidez no sólo el montaje de las acciones encubiertas sino también el falseamiento de documentación, el entrenamiento de agentes y el procesamiento de información. Mostrarían además un sólido grado de profesionalidad en la implantación de redes espías en otros países; en la penetración de gobiernos, ejércitos e instituciones civiles; en la adquisición de información secreta. Se montaron operaciones en casi todos los países de América Latina y África. Sus servicios golpearon simultáneamente en puntos estratégicos del mundo árabe y asiático, desde Marruecos en el Mediterráneo hasta Vanuatu en el Pacífico. Estados Unidos, Canadá, España, Inglaterra, los países escandinavos, Turquía, no escaparían al frenético trajín de los espías cubanos.
Castro operó a escala global perfeccionando la organización del terrorismo, de golpes de estado, de ejecuciones individuales, de campañas de desinformación, de lavado de dinero, de comercio ilegal; promoviendo el foco guerrillero rural y el terrorismo urbano; despachando brigadas armadas y alquilando guardias pretorianas para mandatarios africanos; transfiriendo tecnología occidental al bloque soviético y promoviendo la narcoguerrilla. Lo hizo mediante una red de organizaciones pantallas que le facultaron unificar recursos y políticas dentro del bloque soviético y entre los movimientos de izquierda. Como si esto fuera poco, la famosa "Quinta Dirección" de la seguridad del estado, brazo modelado en 1967 con personal entrenado en la Unión Soviética, tenia como objeto era eliminar físicamente, dentro o fuera del país, a aquellas personas que Castro estimase conveniente (Del Pino, R. 1991).

Un número superior a 25,000 individuos de diversos continentes y filiaciones políticas -de ellos 10,000 latinoamericanos- se entrenaron en guerrilla y terrorismo en Cuba (separatistas vascos, nacionalistas irlandeses, tribeños Moro de las Filipinas, células comunistas belgas, macheteros puertorriqueños, militantes del Hezbollah, etcétera). Alrededor de 20,000 extranjeros recibirían entrenamiento político. De sus cursos se graduó una escalofriante galería internacional que incluyó a Carlos Ramírez (El Chacal), Luís de la Puente Uceda, Mohammed Boudiá (El hombre de las mil caras), Marulanda (Tiro Fijo), Daniel Ortega, Gian Giacomo Feltrinelli, Jaime Batemán, Francisco Caamaño, Amilcar Cabral, Cayetano Carpio. Aún cuando el foco guerrillero fracasa con el "Che" Guevara en Bolivia, en 1967, el mismo permanecería como substrato primordial de la política castrista.

La Gran Antilla se convirtió en una potestad guerrera intercontinental: en la cuenca del Caribe, en el cono sur africano y en el estrecho del Bab-el-Mandeb. Mientras se nos recuerdan los numerosos complots de la CIA para asesinar a Castro (ninguno de los cuales se llevó a cabo), hay evidencias inquietantes de que Castro pudo estar implicado en el asesinato del presidente Kennedy y conspiró contra Mijail Gorbachev.

Nadie en la historia contemporánea de pos-guerra ha desatado una vorágine de violencia dentro y fuera de su país como Castro ha hecho con su revolución. Ni la Libia de Khadafi, la Siria de Assad, o el Irán del Ayatolá Jomeini acumularon la experiencia, la extensión operacional, los recursos, la infraestructura y las conexiones de que ha dispuesto el castrismo para desatar la violencia en todos los continentes. Sin la mano de Castro el sandinismo no hubiera triunfado; ni la Nueva Joya en Granada hubiera precipitado la invasión de Estados Unidos. Fue Castro quien promovió todos los movimientos guerrilleros desde El Salvador hasta la Tierra del Fuego; quien destruyó la democracia en la América del Sur; quien instaló los marxistas del MPLA en Angola, al FRELIMO en Mozambique, quien apuntaló al DERG en Etiopía; y fue Castro quien consolidó la idea de los territorios narco-guerrilleros.

La política de subversión cubana demostró un elevado grado de conexión internacional, de coordinación de acciones militares y de financiación de recursos humanos y materiales en lejanas comarcas, unido a una incomparable habilidad para implementar extensas campañas de propaganda y desinformación. Ni el Mossad israelí, ni los servicios secretos franceses o ingleses han conseguido operar en un radio de acción tan vasto y de forma tan sistemática. En cierta forma esto era comprensible; el dictador cubano no siempre siguió las instrucciones del Kremlin y algunas veces tomó la delantera forzando a sus patrones a intervenir en lugares remotos y difíciles. Como luego señaló el desertor soviético Arkadi Shevchenko, ningún cliente giró nunca sobre mayores reservas de paciencia de Moscú que los cubanos.

La exportación de la revolución (invento napoleónico y práctica bolchevique) ya estaba presente desde el inicio del castrismo, aunque promovido por causales no precisamente ideológicas. El motor no era solamente el marxismo como ideología o los designios estratégicos de la Unión Soviética; detrás de esta concepción se hallaba el intento de legitimar a posteriori el monopolio del poder por su grupo guerrillero, transformado en partido marxista.

Si en los bolcheviques primó el horror de verse aislados del mundo, en Castro, la subversión fue un instrumento de política exterior que cumplimentó la función de engrandecer su estatura política, aguijonear a los Estados Unidos y enyuntarse con la Unión Soviética. En la lucha contra el gobierno inconstitucional del general Fulgencio Batista, durante la década cincuenta, se puso en práctica el arsenal del terrorismo moderno: secuestros, piratería aérea, asesinato político, guerrillas rurales, terrorismo urbano.

Envuelto en un no-alineamiento controversial por su dependencia económica y militar al bloque soviético, Castro luchó por convertirse en el portavoz del comunismo romántico, inflamando la visión anti-occidental de muchas élites intelectuales, estudiantiles, profesionales, sindicales y políticas en África y en América Latina. En este entorno germinó el "fanonismo", el fundamentalismo islámico, el “foco guerrillero” y la teología de la liberación. Además de paladín de los subdesarrollados y cabeza de los No-Alineados, La Habana aniquiló el reformismo de las llamadas suizas democráticas del continente -estilo Uruguay y Costa Rica- precipita la acción revolucionaria armada y la reacción castrense; y finalmente se transfiguró en la obsesión de la primera potencia militar y económica del orbe.

La exportación del terroris­mo y la subversión y de brigadas armadas al servicio de los intereses estratégicos soviéticos repercutió en el nivel de relaciones entre ambos países, al punto de transformar la ubicación geográfica de Cuba en una pieza clave para el Kremlin. En algún punto del trayecto, sin embargo, Castro perdió de vista el hecho de que su alcance global estaba casi enteramente basado en el poder soviético y la buena voluntad y habilidad de Moscú para protegerlo. Por eso, al final, la exportación de la revolución no se llevó a cabo con una organización política, o con puñados de guerrilleros a “lo Che” sino con ejércitos, como en Etiopía y en Angola.

EL GLOBALISMO EXTERIOR

La construcción de una de las máquinas de guerra más formidable del tercer mundo, con ayuda soviética, llevó a que el ejército se transformase en la institución más poderosa del régimen, dejando de ser un cuerpo de intimidación y supresión, y adquiriendo una capacidad ofensiva que le posibilitaba actuar fuera del territorio. A principios de los setenta, una isla con una población de ocho millones de habitantes tenía unos 250,000 luchadores internacionalistas desplegados alrededor del globo.

Para que los centros de poder de Estados Unidos pudiesen medir la capacidad de acción de Castro, tuvo que acaecer el descalabro de Bahía de Cochinos, la Crisis de Octubre de 1962, el foco guerrillero, la fundación de la Tri-continental del terror, la formación de un ejército moderno, de un cuerpo de inteligencia profesional, las invasiones militares en Angola y Etiopía y la jefatura de los No-alineados.

Los alardes militaristas cubanos han sido incontables, baste citar las siguientes: en 1963 una brigada moto-mecanizada al mando del General Efigenio Ameijeiras, inclina al lado argelino su conflicto fronterizo con Marruecos; en 1973 participa con unidades de artillería en la guerra árabe-israelí del "Yon Kippur", al mando del general Nestor López Cuba, paralizando en las Alturas de Golán al temible 1er Ejército de Tanques israelí. En 1975 desencadena una acción rápida en Angola con varias divisiones motorizadas y unidades blindadas. Durante la guerra civil de Etiopía, en 1978, una fuerza expedicionaria fue transportada bajo el mando del general Arnaldo Ochoa y de mariscales soviéticos: las unidades acorazadas cubanas barren con medio millón de soldados somalíes. En 1979, son las tropas élites, las spetsnatz cubanas, comandadas por los oficiales Antonio de LaGuardia y Pascual Martínez Gil, las que perforan la Guardia Nacional nicaragüense, asaltan el "bunker" del dictador Anastasio Somoza en Managua, e instalan en el poder a los sandinistas.

El apoyo de Castro a los movimientos revolucionarios no se produjo solamente como una medida defensiva de seguridad. Hay que considerar una receta netamente ofensiva de desestabilización a gobiernos constituid­os, y otra de iniciativa estratégica (la clásica ganancia geopolítica) como, por ejemplo, la ocupación del vacío de poder colonial portugués en Angola, Mozambique, Sao Tomé, Guinea Bissau y Cabo Verde, o los casos de Etiopía, Granada y Yemén del Sur.

Asimismo, a fines de la década setenta, Castro estuvo preparado para irrumpir militarmente en Zimbabwe a favor del líder local Joshua Nkomo, y sólo la cautela del entonces premier soviético, Leonid Brezhnev, detuvo lo que hubiera sido su tercera invasión africana de los "gurkhas" antillanos, que asiduamente participaron en crisis intestinas o en los choques con Yemén del Norte y Omán. En la Libia de Khadafi, en el sur del Líbano guerreros cubanos adiestraban a la OLP. La Irak de Saddam Hussein contó con brigadas de construcción militar, e instructores en especialidades militares. También la Siria de Hafez Assad se benefició con tanquistas y artilleros cubanos, y por su parte, Argelia albergó 5,000 soldados cubanos.

Los cubanos también fungieron como guardias pretorianas de los presidentes Sekoú Touré de Guinea; Siaka Stevens de Sierra Leona; Agostino Neto y Eduardo Dos Santos de Angola; Fernando Color de Melo en Brasil; Michael Manley en Jamaica; Desi Bouterse en Surinam; Salvador Allende en Chile; Mengistu H. Mariam en Etiopía y ahora Hugo Chávez de Venezuela.

Antes que finalizara la década del setenta, Castro extendió su asistencia militar en América Latina en la Isla de Granada y en la Nicaragua de los sandinistas. Cuba se envolvería nuevamente en una borrasca de entrenamiento a insurgentes, de apoyo a las guerrillas de Colombia, de Chile, de El Salvador, de Guatemala, y de otras naciones de América Latina y de África. La "élite" directriz de las guerrillas en El Salvador y en Guatemala fue entrenada en Cuba en labores de inteligencia, en el uso de armas, y en operaciones de guerrilla urbana y rural.

El régimen no fue un dechado de virtudes: la promoción del terrorismo; el envío de cuerpos expedicionarios mercenarios al servicio de la Unión Soviética; el alquiler de guardias pretorianas a mandatarios africanos y latinoamericanos; la transferencia tecnológica y la narcoguerrilla estarían en su arsenal. El régimen presenta también un listado de vinculaciones moralmente dudosas con déspotas de la época como: el argentino Videla, los golpistas brasileños, el panameño Manuel Antonio Noriega, el español Francisco Franco, el surinamés Desi Buterse, los africanos Muamar Khadafi, Macías Nguema, Mengistu Marián, Jean Bedel Bokassa y Amín Dada.

El dictador cubano no maduró mucho con el tiempo. El general de la fuerza aérea cubana que desertó del régimen, Rafael Del Pino expresó que Castro estuvo en disposición de desatar un ataque aéreo masivo sobre República Dominicana, tras un incidente sobre una embarcación cubana, la famosa “Operación Pico”. Asimismo, relata Del Pino que luego de la invasión a Granada por los Estados Unidos en 1983, Castro ordenó programar a escuadras de su fuerza aérea para volar contra la instalación nuclear de Turkey Point, 24 millas al sur de Miami. Del Pino estaba conmocionado. ¿No se daba cuenta el dictador -preguntó él-, que si se destruye esta planta no sólo aniquilará a todos los cubanos en Miami, sino que la radiactividad caería en Cuba?

LA AMERICA LATINA

Castro siempre buscó desarrollar, infructuosamente, un acercamiento a la América Latina, Estados Unidos, la comunidad cubana en el exilio y algunos países del tercer mundo y de Europa. En América Latina, después de la caída del mandatario panameño, Manuel Antonio Noriega, la diplomacia de La Habana ha seguido pujando a favor de una integración económica, fuese regional o continental, que lo aceptase sin objeciones, como lo ha logrado con el ALBA. Han sido incesantes los periplos de sus diplomáticos por México, Brasil, Perú, Ecuador, Venezuela y Argentina, ya fuese promovi­endo la integración económica, buscando asistencia para la tecnología nuclear, negociando compras petroleras, concretando acuerdos de vuelos aéreos directos o la venta de fármacos y vacunas al Uruguay y Brasil; intercambiando con Argentina productos y equipos médicos por frutas y minerales esenciales a la industria cubana.

Es innegable que la diplomacia cubana ha logrado victorias relativas en América Latina, al concretar acuerdos comerciales y algunos créditos con los países más poderosos al sur del Río Bravo. En esta visión se enmarca su cometido con el mercado común de la comunidad caribeña, el CARICOM, su ingreso en la Organización de Turismo del Caribe, apoyado por Guyana; y sobre todo después que pudo restablecer sus relaciones diplomáticas con Granada, San Vicente y Jamaica; ampliar su actividad en República Dominicana. Con Brasil existen acuerdos de cooperación bilateral, incluyendo inversiones conjuntas en el sector de la producción, como los subproductos de la caña de azúcar, en la salud, la industria de equipos médicos, de farmacéuticos y la biotecnología. Con la Venezuela de Hugo Chávez se llegó a un acomodo para la adquisición de petróleo. La Habana firmó el Tratado de Tlatelolco que restringe y prohíbe el uso y producción de armas nucleares en América Latina. Pero, estas movidas no son suficientes para afrontar las necesidades de la Isla.

La noción que hoy existe del régimen es el de un anacrónico dictador tropical, en su lecho de moribundo, igual a los novelados por Gabriel García Márquez. A pesar de que La Habana mantiene el lenguaje, los símbolos y las viejas banderas de la izquierda tercermundista, como el anti-colonialismo, la igualdad económica y social y el anti-norteamericanismo, la nueva élite sucesoria, con Raúl Castro a la Cabeza, no está interesada en tales andanzas, y sólo un pequeño grupo de conformadores de opinión pública en la prensa, pertenecientes a la vieja guardia admiradora de la revolución cubana promovidos ahora por el chavismo, todavía apoyan a un Fidel Castro en agonía. Cuba todavía sirve de refugio a la resaca de marxistas e izquierdistas de todas las latitudes: tupamaros uruguayos, revolucionarios de Guatemala, Ecuador y Panamá, rebeldes del movimiento salvadoreño Farabundo Martí, guerrilleros colombianos. A la vez, mantiene su cometido con la independencia de Puerto Rico, y con los zapatistas mejicanos.

La participación cubana en las reuniones panamericanas, a partir del cónclave de Cozumel y del "grupo de los tres", y de las últimas conferencias de los No-Alineados, no ha traído esperanza alguna. Las presiones internacionales, en lo político y lo económico, aumentan significativamente sobre el régimen de La Habana. No solamente el comercio con América Latina es constante y sonante y a precios de mercado, sino que las figuras políticas centrales iberoamericanas promueven la introducción de un proceso de democratización para evitar un caos en la Isla.
Cierto que las naciones iberoamericanas no resultan una comunidad unificada, ni constituyen un grupo económico específico; hasta ahora sólo ha concedido un foro de discusión de temas comunes, y de las disputas pendientes. La inclusión en los debates continentales del diferendo de Cuba con los Estados Unidos resulta el retorno a una disputa de los días de la Guerra Fría, un provocativo recuerdo de un anterior y peligroso período, cuando el continente hervía en un conflicto ideológico y se hallaba ensangrentado por golpes de Estado e intentos de revoluciones.
La prensa se burla con más frecuencia del gobernante habanero, ayer vestido de guerrillero y hoy de deportista ¿Como es posible que la comunidad internacional esté equivocada y no lo esté el castrismo? La clase política europea y latinoamericana que exculpó los fracasos de Castro y justificó la ausencia de libertades en razón de los "altruistas" propósitos del líder, apenas si encuentra ahora argumentos no ya para arropar su inmovilismo, sino para no denunciarlo. Todo el mundo se ha cansado de la ajada imagen de una Isla víctima del imperialismo yanqui; esperemos que el equipo temporal surgido de la Proclama del 2006 también se haya cansado.

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